Cuando tenía diez años el maestro
de educación física no nos dejaba a las niñas jugar al fútbol. A mí eso me
parecía injusto, así que me llevé a unas cuantas niñas de mi clase a mi casa e
hicimos un mural con fotos de mujeres haciendo cosas que se suponía que eran de
hombres y al revés. Al día siguiente, al llegar al aula, colgamos el mural en
la pared. En el recreo se nos acercó un grupo de maestros del colegio con el
mural en la mano, preguntando de quién había sido la idea. Yo hubiese esperado
una respuesta colectiva en plan "yo soy Espartaco", pero no fue así.
Lo que sí ocurrió es que de repente todos los maestros comenzaron a deshacerse
en felicitaciones y halagos y ese día todas las niñas jugamos al fútbol. Pero,
además, ese día pasaron otras dos cosas. La primera, que todas nos dimos cuenta
de que levantarse ante las injusticias da sus frutos. La segunda fue que
descubrí que no me gusta jugar al fútbol.
¿Por qué os cuento esta historia?
Porque es el día Internacional de la Mujer, diréis. Y sí, en parte tenéis razón, aunque no creáis
que estoy totalmente de acuerdo con el nombramiento de este día. Opino que
crear un día para celebrar algo que tiene un opuesto que no se celebra es otra
forma de discriminación, discriminación positiva. No me malinterpretéis. Creo
en el día internacional de la Mujer, pero debemos celebrarlo todos los
días. Debemos celebrarlo cada vez que un
hombre cobre más que una mujer en un mismo puesto de trabajo, cada vez que un
político decida qué debemos hacer con nuestro útero y con nuestro futuro, cada
vez que alguien que maltrató a una mujer quede libre. También deberíamos
celebrarlo cada vez que películas que venden la sumisión de la mujer
disfrazándola de amor se conviertan en líderes en las taquillas. Pero no
debemos celebrarlo con una felicitación en las redes sociales o al menos no
solo así. Tampoco debemos celebrarlo reclutando inútiles de un sexo u otro para
que haya paridad en los diferentes organismos, ni dándonos palmaditas en el pecho
porque usamos los dos géneros en los discursos dirigidos al público en general.
Debemos protestar, porque es lo único que nos queda. Nunca nadie consiguió nada
siendo conformista, así que levantémonos y protestemos. También os digo que a
veces el feminismo se lleva a extremos que no comprendo. Protestemos, pero no por
cosas sin sentido. Hace poco, por ejemplo, leí un manifiesto feminista en el
que decía, entre otras locuras, que decir que la regla es asquerosa es machismo.
Yo sinceramente creo que decir que la regla es asquerosa es como decir que el
ácido quema. Y, creedme, si metes la mano en ácido una vez al mes durante
varios días a lo mejor se te hace un poco de callo, pero eres mucho más
consciente de lo que quema que el que no lo ha hecho nunca.
Insisto, amigos. Si un grupo de
niñas de diez años con una cartulina fueron capaces de conseguir sus
objetivos, ¿por qué no vamos a poder
nosotros? El problema es que con los años perdemos la capacidad de conseguir
cosas, porque perdemos la capacidad de creer que somos capaces de conseguirlas.
Y eso no está bien.